El arte es un don.
Un don entendido como una gracia especial con la habilidad de hacer un trabajo de arte, de una manera excepcional. Esta creatividad irá ligada a una habilidad que está constantemente puliendose con trabajo perseverante.
¿Cuál es el punto de tener un don y no compartirlo con los demás? o ¿Cuál es el punto de querer compartir un don y nadie lo recibe?
Crearía mucha frustración saber que se tiene el don de crear una obra de arte, que se quiere compartir con un público, peor que no se tiene el alcance necesario para que se conozca y sea apreciada por un coleccionista y observador. El arte como medio de expresión debe llegar a un receptor, alguien debe recibir el mensaje del artista, de la inspiración y la creación.
El arte debe ser disfrutado, bien sea por una público en masa, en una exposición de arte con asistencia donde se genera un debate sobre la obra y una conversación con el artista en la que se amplía el concepto sobre la obra por medio del artista y su posibilidad de diálogo directo en el lugar. Por otro lado, el arte puede ser disfrutado de una manera más íntima, casi que individualmente en casa, donde la persona tiene su obra de arte y no se genera un gran público, pero con que sea apreciada desde una sola persona, es suficiente para lo que fue creada la obra.
Entendiendo que el arte tiene una subjetividad inmensa, uno de los puntos indispensables es crear una relación o una aproximación a una idea en común, un vínculo, que muchas veces puede ser estético visualmente, pero en otras puede ser simplemente conceptual, casi cuántico. Algunas personas, observan una obra de arte y muchas veces no entienden lo que sienten, y no pueden describir si les gusta o no les gusta, pero sienten “algo”; ese “algo” es exactamente lo que debe estar sintiendo, anulando la necesidad de conceptualizar y ordenarlo en alguna clasificación teórica, sino dejándolo simplemente al libre sentir.
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